Curiosidades de la química
La ciencia es curiosidad y la curiosidad es una cualidad muy humana. Es la misma cualidad que ha hecho que pinches en este enlace nada más leer el titular. Todos somos curiosos. Y es por eso que todos tenemos un pequeño científico en nuestro interior que nos anima a descubrir el porqué de las cosas.
El mundo de la ciencia está lleno de datos, anécdotas y fenómenos curiosos, pero en este caso nos vamos a limitar al campo de la química, el cual se puede definir como un microcosmos dentro del cosmos de las cosas curiosas.
Unos de los fenómenos más curiosos que, curiosamente, no es exclusivo del ámbito científico, son las serendipias (del inglés, serendipity) y que podemos definir como los descubrimientos o hallazgos realizados de forma inesperada, accidental o fortuita, más vulgarmente conocidos por los términos de chiripa, de coña o de potra.
Una de las serendipias químicas más famosas es, además, uno de los hitos históricos de la química orgánica: el descubrimiento de la estructura del benceno en 1865 por el científico alemán Friedrich August Kekulé von Stradonitz (1829 – 1896). Este descubrimiento permitió explicar un gran número de datos experimentales que no encajaban con las teorías establecidas hasta la fecha y permitió una nueva forma de entender la estructura molecular. La versión más conocida de este hecho es que Kekulé, tras un gran trabajo de investigación (no nos cabe duda), acabó encontrando la solución en un sueño al calor de su chimenea.
Pero como no todo en este noble arte es química teórica o dilucidación de estructuras, sigamos con una serendipia un tanto más técnica. Porque, ¿quién no se ha levantado un buen día con el pie izquierdo y ha sentido que en el laboratorio tiene zarpas en vez de manos? Para la mayoría de nosotros un pequeño accidente en el laboratorio puede acabar en un “hay que ver lo mal que huele esto” o “me parece que esta mancha no va a salir nada bien de la bata”. Pero para el químico norteamericano Roy J. Plunkett (1910 – 1994) supuso el descubrimiento de un nuevo material que, aunque al principio no sabía qué utilidad podría tener, hoy tiene multitud de aplicaciones: el teflón. Plunkett investigaba la obtención de un nuevo gas refrigerante de tipo CFC (clorofluorocarbono o freón) cuando su experimento falló y, en lugar de un gas, se encontró con un material blanco y viscoso que no se adhería a ninguna superficie. Un análisis posterior del compuesto mostró que se trataba de politetrafluoretileno.
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